En este blog encontrarás inspiración para bodas mediterráneas, noticias relacionadas con los más pequeños y algunas curiosidades. ¡Bienvenido!
Las prisas
Hemos hecho de la prisa un compañero inevitable. Hay prisa para todo. El lento hoy está gravemente penalizado, pues la lentitud la asociamos a la rigidez de movimientos, incluso a la poca inteligencia. Por ejemplo, cuando estás en la caja del supermercado y la cajera te va dejando los productos para que los metas en las bolsas debes hacerlo a una velocidad endiablada. Te atropellas, se te van acumulando la lejía, el pan, los zumos, y llegas a pensar que eres un inútil en una tarea tan sencilla como meter latas de pepinillos en vinagre en una bolsa de plástico mientras ves que el resto de la gente de la cola comienza a impacientarse levantándose sobre sus talones y mirándote con desdén. Menuda calamidad de tío, te gritan con la mirada. Pero no caen en la cuenta de que a ellos les va a pasar lo mismo después.
Hay bares en donde los camareros también te estresan: ese momento en el que tus amigos saben lo que van a pedir de tapa y tú todavía no lo tienes claro y el mesero, como dicen los mexicanos, te conmina a pedir y al final eliges lo que sea, la brandada de bacalao, los torreznos…, lo primero que pudiste ver bajo la presión infernal a la que estabas sometido. ¡Mierda, yo quería gambas a la gabardina! Ya es tarde, chaval.
Cuando estudiaba en Madrid iba de vez en cuando al bar del Colegio Mayor Cisneros, que llevaba un hombre áspero en el trato y de los que no dejaban margen a la duda. Debías llegar con el bocadillo de la merienda muy bien aprendido. Si dudabas entre el pepito de ternera o el bocata de calamares eras hombre muerto: te decía en voz alta y con cara de muy pocos amigos «oiga señor, ¿es que no sabe lo que va a pedir?, ¿no sabe aún lo que quiere?». Por poco te llamaba idiota. En una ocasión, pedí un bocadillo y un vaso de agua -la economía universitaria no daba para muchas alegrías- y me dijo, muy seco: «¿con gas o sin gas?». Así era este hombre, el que mejor cocinaba de Ciudad Universitaria pero también el tipo con el que jamás podías dudar. El agua, sin gas, por favor, terminé diciéndole con cierta congoja juvenil antes de hincarle el diente a uno de aquellos inolvidables bocatas.