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La admiración
Rosa López, la cantante que ganó en Operación Triunfo, se ha revuelto en las redes sociales contra aquellos que juzgan sin contemplación, que invaden la vida de los demás con palabras infectadas de envidia y no de la sana precisamente. Por cierto, la envidia sana se llama admiración, pero este concepto no lo manejamos demasiado a menudo por un extraño pudor o tal vez porque hay personas a las que les molesta admirar a los demás. Con lo sano que es, por favor.
Dicen que hay que rodearse de gente alegre, pero yo añadiría: y con gente sana que sepa admirar al prójimo. Me gustan aquellos que se alegran de los éxitos ajenos. Con los años estoy más convencido de que una de las grandezas de la vida es la admiración, que está asentada en el respeto. Y el sentirla te impulsa a ser como la persona a la que «idolatras», a seguir sus pasos, en definitiva a ser tú mismo alguien mejor, siempre y cuando el individuo en cuestión no sea una referencia negativa.
Rosa López está sometida permanentemente al escrutinio general, lo que es natural en una persona pública. Pero la crítica no debería tocar nunca aspectos personales, si es que así ha sido. Pero, claro, los programas del corazón de la tele están haciendo mucho daño en nuestra sociedad. El objeto de sus críticas es la vida de los famosos, expuestos a voluntad, o no, como materia de carroña, y en consecuencia están vendiendo a la audiencia una facilidad e impunidad inaudita para meterse en lo que a nadie le importa: la esfera privada de cada uno. Me da pena que en esos programas no se practique, como digo, la admiración. Nos iría a todos mucho mejor. Y, en lo que atañe a Rosa López, me maravilla su pundonor, su perseverancia y su talento. Y no es envidia sana. Es admiración.