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Los que se mueven desde el anonimato
Tienen la sartén por el mango y creen que también la razón. Se mueven entre el anonimato y el descaro, entre la palabra chillona de una mayúscula y el látigo de una exclamación extemporánea. Han invadido las redes sociales y son capaces de emitir juicios sin fundamento en esta contaduría de palabras altisonantes que es Internet. Juegan a desmochar la ilusión del modesto o a cuestionar incluso las buenas obras, como cuando Alejandro Sanz interrumpió un recital para señalar a un maltratador. Son los virus nada informáticos que pueblan esta sociedad que empieza a moverse por los impulsos eléctricos del grito. Y les hemos llamado actores en la hora del telediario, cuando no son más que fabricantes de un ruido metálico y urgente.
Las redes sociales nos han cambiado la vida y en general sus usuarios actúan con la misma educación con la que manejan sus vidas: con mucha corrección. Sin embargo, proliferan aquellos que siempre enseñan la cicatriz de una mala palabra, de un ingrato recuerdo, de una desafección amarga. Hasta el punto de que son capaces de levantar en sus perfiles sociales emoticonos de alegría cuando fallece un banquero, cuando un torero es corneado en una plaza o cuando un terrorista exhibe el músculo de su cobardía existencial.
Los demás somos más, somos mejores y se nos debe oír. Larga vida a las redes sociales, pero sin el olor a cloroformo de la palabra gris.